Al 27 de agosto de 2020, habían transcurrido 1.316 días de gobierno del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, y el “Fact Checker”, publicado por el prestigioso diario The Washington Post, informaba que habían contabilizado poco más de 22.000 mentiras. En el último período de campaña alcanzó una cifra de 50 mentiras por día.

Cansados de tanta mentira, y viendo amenazada la democracia de su país, importantes cadenas de televisión cortaron la transmisión en directo cuando el presidente señaló, refiriéndose a los resultados de la elección presidencial: “Esto es un fraude al pueblo estadounidense, es una vergüenza para nuestro país”. Y la mayoría de los medios, lo corrigieron de forma instantánea, informando que esta aseveración carecía de pruebas y de fundamento.

Pero esto no sucede sólo en Estados Unidos, está sucediendo en casi todo el mundo y por ello la ciudadanía ha ido perdiendo confianza en sus líderes, ya sean públicos, privados o religiosos. Lamentablemente, otras personas se dejan seducir por la mentira y comienzan a venerar a su líder constituyendo verdaderas sectas que amenazan la convivencia y la democracia.

La educación debe jugar un rol cada vez más importante para enfrentar esta disyuntiva, recuperando la formación ciudadana y el desarrollo de habilidades socioemocionales. Nuestra experiencia en Fundación Semilla es que docentes, estudiantes, profesionales de la educación y auxiliares, se entusiasman con seguir este camino de convivencia cuando toman conciencia y cuentan con las herramientas para hacerlo.

La inercia del sistema educacional es tan grande que se hace difícil iniciar esta conversación, sin embargo, el “caso Trump” en que estaba en juego la democracia, el medio ambiente, la igualdad de género, la migración y, sobre todo, la verdad servirá como un caso de estudio. Mentira, por un lado, pensamiento crítico y coraje por el otro. Tenemos que enfrentar el desafío de que la educación no es exclusivamente para transmitir conocimiento, ni menos creer que fomentar una buena convivencia es solo para lograr mejores aprendizajes en lenguaje, matemáticas, ciencias u otras disciplinas tradicionales. La persona humana, la comunidad y la sociedad tienen que estar en el centro de la educación.

Cada día que pasa sin hacer cambios profundos en la educación vamos degradando la convivencia con todas las consecuencias que ello implica: polarización y violencia. Vamos creando una estructura de poder sin contrapeso. No existe una varita mágica para revertirlo. Se trata de un esfuerzo sostenido para lograr cambios en todos los segmentos de las comunidades escolares, niños, niñas, jóvenes y adultos.

Solo así podremos estar atentos para que no surjan esos líderes mesiánicos que mienten y mienten porque siempre algo quedará.

Marcelo Trivelli

Presidente Fundación Semilla