Es cierto que, en la sociedad actual, una persona analfabeta tiene más dificultades para generar sustento que aquella que terminó la educación básica o la que tiene título técnico o universitario. Pero eso no es todo. La sola consideración monetaria deshumaniza la sociedad convirtiendo a las personas, por un lado, en entes productivos, y por el otro, en agentes económicos desprovistos de toda consideración por la dignidad humana. De nada nos sirve una economía que funcione si no es capaz de responder a los sueños, anhelos, temores y angustias de la población. De nada nos sirve una sociedad que pierde la calidad de su democracia porque si un desalmado adquiere poder económico hay un Estado democrático para controlarlo, pero si ese desalmado llega a controlar el Estado, en una sociedad sin cultura democrática, los abusos serán de carácter criminal.

La sociedad en su conjunto debe luchar por una educación de calidad que forme ciudadanos capaces de vivir en comunidad y aspirar a ser felices; a crear lazos colaborativos y respetarse; a escuchar para entender y no para responder; a desarrollar pensamiento crítico y cultura de participación, y a tener un desarrollo socioemocional que permita generar comunidad y crear redes de apoyo recíproco. Y por añadidura, está comprobado desde la práctica y desde la neurociencia que, en esta educación de calidad, los aprendizajes de materias “duras” tienen mejores resultados.

Si a todo lo anterior le sumamos que en unos años más, el 60% de los trabajos que hoy se realizan desaparecerán, debemos educar para la vida en sociedad y lamentablemente no hay conciencia de ello.

Dicen que la pandemia ha cambiado mentes y corazones. Yo no soy tan optimista. En Fundación Semilla hemos propuesto avanzar en una nueva escuela post pandemia y nos resulta difícil generar conciencia de esta necesidad. Desgraciadamente, cuando hay cesantía y riesgo de salud, las prioridades están centradas en aquello. Y, cuando hay períodos de mayor bienestar, tampoco es tiempo de reflexionar porque estamos concentrados en la competencia y el consumo. En ambas situaciones, la democracia y la convivencia se van deteriorando inexorablemente.

Volvamos a retomar el sentido más profundo de la educación y tomemos conciencia que sin educación de calidad, no hay democracia de calidad.